«No me acuerdo de nada. Quería mucho a mi padre. Pido perdón»

«No me acuerdo de nada. Quería mucho a mi padre. Pido perdón»

“No me acuerdo de nada. Quería mucho a mi padre. Pido perdón”, son frases que el joven británico Paul, acusado de acabar con la vida de su padre el 1 de julio de 2020 en la localidad de Los Abrigos en Granadilla de Abona (Tenerife), ha pronunciado en la primera sesión de un juicio con jurado en la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife.

Añadió que, por recomendación de su abogada, había optado por no responder a ninguna pregunta ni siquiera a las de su defensa, y todas las partes advirtieron de que esa decisión no implica un reconocimiento expreso de su culpabilidad y que más bien se basaba en el 68 % de discapacidad que padece.

Significativa resultó la intervención de la madre, con la que convivía casi todo el año en la localidad malagueña de Estepona y que, al contrario de los demás testigos, hizo un retrato del acusado como el de una persona realmente enferma.

Relató los graves problemas con los que tenía que lidiar diariamente tras haber sido diagnosticado de esquizofrenia paranoide cuando tenía 18 años.

La madre indicó que en los meses previos la psiquiatra redujo su medicación de forma drástica, y la consecuencia directa fue que empezó a hablar solo, no quería salir a la calle porque pensaba que la gente le iba a hacer daño y que lo odiaban.

Si daban un paseo para tomar un café, según la madre, lo hacía por las calles menos concurridas y pese a tener permiso para salir de la casa durante el confinamiento se negaba porque le obligaban a llevar una pulsera azul y no quería que nadie supiera que estaba enfermo.

“Vivía en su propio mundo, se desconectaba de la realidad, su paranoia era increíble y también las alucinaciones que tenía”, dijo la madre, quien muchas veces lo oía hablar solo en su cuarto, y una vez apareció desnudo por la noche diciendo que el techo estaba lleno de policías y hubo al menos cinco intentos de suicidio con sobredosis de pastillas y una vez se intentó ahorcar.

Los ingresos en las clínicas eran continuos y en una ocasión tuvieron que someterlo a un coma inducido.

Cuando se le redujo la medicación las consecuencias directas fueron que no dormía, se pasaba el día caminando por la casa hablando solo, tenía alucinaciones y no comía por lo que la psiquiatra la recomendó que volvieran al tratamiento anterior.

Efectivamente la mejora fue instantánea, “parecía otra persona” y entonces es cuando acordó con el padre que viajara a la isla, añadió.

La madre asegura que nunca protagonizó un comportamiento violento y que los días previos al asesinato hablaron por teléfono y se mostraba encantado y feliz de estar en la isla.

El tratamiento siempre fue el mismo y lo único que cambió fue la dosis pero sí recuerda que quien le puso la inyección por última vez no tenía experiencia y desconocía que no se debía agitar el bote, al contrario de lo que hizo la enfermera después de que el hijo le asegurara que debía sacudirlo fuertemente.

Este pudo ser otro de los motivos por los que se produjera el repunte de la psicosis, opinó.

En la familia hay antecedentes de enfermedades mentales, tanto por parte de la madre como del padre, y el hijo mayor se suicidó.

En la sesión de hoy intervinieron tres compañeros de trabajo de un servicio de jardinería propiedad del padre, con quien algunos mantenían una amistad desde hacía casi una década.

Uno de ellos fue el que acompañó al joven al domicilio al extrañarle que la víctima no contestara al teléfono ni hiciera acto de presencia como era habitual, y también fue el primero al ver el cuerpo, apuñalado y ensangrentado y el que llamó a la policía.

Nada más llegar los efectivos les dijo que sospechaba del hijo, a quien definió como “chico loco”, aunque no sería detenido hasta una media hora más tarde cuando estaba en casa de la pareja de su padre.

Este testigo indicó que al llegar al puesto de trabajo sobre las 7:30 horas encontró a Paul sentado, fumando un cigarrillo y con heridas en las manos.

Cuando le preguntó cómo se las había hecho le respondió que se había caído por un barranco mientras iba al lugar del trabajo, y entonces se las vendó e insistió en ir a la casa del padre.

A este testigo le sorprendió que las heridas no tuviera restos de tierra, que no dijera el lugar exacto en el que se cayó y además que en realidad por los alrededores el único barranco que existía estaba cubierto por un camino.

Al principio el joven mostró reticencias a ir a la casa, durante el trayecto en el coche insistió varias veces en bajarse y al llegar dijo que la llave no funcionaba pero finalmente pudieron entrar.

La actitud del procesado siempre fue de una absoluta calma hasta que se descubrió el cadáver y entonces pasó a mostrarse de una manera huidiza y a la defensiva, “sentía que algo estaba mal”, dijo este operario.

Otro aseguró que para ser una persona que acababa de matar a su padre “parecía muy sosegado”.

Uno más añadió que antes de que Paul llegara de Estepona, el padre los había reunido y les comunicó que el hijo sufría un repunte en su dolencia.

Por ello, les pidió que tuvieran paciencia con él, que evitaran hacer comentarios que pudieran hacerle daño y que si veían algún comportamiento anormal lo ignoraran.

Algún tiempo antes el padre le había confesado a uno de los trabajadores que en alguna ocasión temía que el hijo le agrediera o incluso lo matara.

Todos los operarios coincidieron en que era un chico normal, un buen trabajador, que las relaciones con sus compañeros y con el padre eran excelentes y que jamás presenciaron ningún tipo de comportamiento violento, que incluso se mostraba molesto cuando veía algún tipo de enfrentamiento y ni siquiera percibieron actitudes extrañas, pese a saber que tomaba medicinas “para tumbar un elefante”.

Todos lo conocían porque desde hacía años casi la mitad del año lo pasaba en Tenerife, recuerdan que era capaz de mantener conversaciones normales y que jamás vieron ningún tipo de enemistad con su padre.

La única particularidad reseñable era que debían decirle claramente lo que tenía que hacer porque carecía de iniciativa, pero lo calificaron como “un chico obediente”. No era expresivo, solía responder con monosílabos pero a veces también podía mostrarse gracioso.

Un vecino que vivía al lado de la casa del padre indicó que sobre las 6 de la mañana de aquel día durante apenas 30 segundos oyeron un ruido que interpretaron como una pelea entre gatos, y por eso no le dieron demasiada importancia y ni siquiera miraron el reloj.

La pareja del fallecido saludó con cariño al acusado desde la distancia cuando entró en la Sala y dijo que siempre habían mantenido una estupenda relación.

Conocía que tenía que tomar una fuerte medicación diaria que se la administraba él mismo y luego le ponían una inyección cada tres meses.

“Yo lo vi como el Paul de siempre, una persona cariñosa que estaba feliz por venir a Tenerife para estar con su padre, porque lo consideraba su mejor amigo, ganar algún dinero y porque además estaba harto de permanecer encerrado por la pandemia”.

Recordó que el día antes del asesinato su pareja le dijo que había surgido una cierta discusión entre ellos porque Paul no quiso lavar los platos después de comer, y en vez de obedecerlo salió a fumar un cigarro pero desconoce la intensidad de la pelea.

Después de que se descubriera el crimen el acusado acudió a su casa, que estaba a pocos metros de la del padre, y le dijo que quería pasar el día con ella.

Lo notó más callado de lo habitual, tenía una mancha de sangre en la camisa, las manos vendadas y mientras tomaban un café apareció la policía.

Entonces se limitó a decir: “Ahora es cuando empieza todo” y acto seguido se levantó, se puso de espalda para ser esposado pero pese a esta actitud sumisa, los agentes lo inmovilizaron en el suelo.

Mientras lo llevaban a comisaría, lo policías locales aseguran que nos habló ni hizo ninguna acción extraña y que por el contrario se mostró muy tranquilo y relajado. EFE